Erase una vez, hace mucho pero mucho tiempo un mirlo cantaba sobre la reja de una casa antigua, un gato lo amenazaba con cazarlo pero un duende le tiraba piedras para salvar al mirlo. Este, a pesar de su amenaza latente no paraba de posarse en la puerta cantando como de costumbre.
El duende atento lo cuidaba desde su rincón escondido entre los arboles que generalmente evitaba verse pero el mirlo ya sabía quién estaba ahí para defenderlo y se sentía seguro; el pajarito no le tenía miedo y ese gato cojeaba por lo mismo era lento y no era veloz como los otros gatos.
La gente miraba al pajarito siempre en ese lugar cómo esperando algo y aún con la presencia del gato molesto el seguía fiel a ese lugar haciéndole compañía al duende.
En esa casa se desprendía un aire de dolor pues la dueña de esa casona estaba muy enferma y el pájaro sensible sabía lo que sucedía y por ello trataba de alegrar el día a la viejecilla con su canto un poco precoz y trémulo, el pobrecito pero con pulmones a buque de vapor como decía y alzaba su canto y creía que era hermoso y el gato lo miraba silencioso muy atento sin perder el menor movimiento del pájaro. El duendecillo temiendo lo peor pero no por la anciana le aventaba bolas de estambre para distraerlo y lo deje de molestar.
La misma escena sin ningún cambio seguía día a día pero más tarde que temprano el gato sintió sueño y se durmió cerca de la reja. El pájaro tuvo la oportunidad de volar y entrar a la casa entró al cuarto de la señora quién se mecía lentamente en su mecedora con sus manos delgadas sosteniéndose.
El gato furioso entro colérico a la casa buscando el pájaro y lo encontró posando en el techito del reloj que nunca suena la hora y nuevamente, sobre la alfombra desgarrada por la antigüedad, el gato se echo y con sus ojos enormes y fijos observaban al pájaro.
El duende movía el péndulo del reloj, que hacia que la puertecita donde sale un pájaro de plástico cantando la hora hacia que la puertecita se abriera y cerrara por lo tanto el pajarito se guardaba cada que el gato se paraba de patitas para hachezar al gato.
Y así paso una temporada pero lastimosamente al gato lo atropellaron por seguir un ratón, dolorosamente sin saber que había recibido un golpe fatal entró a la casona y se echo a su cojín muriendo lentamente. El pájaro compadecido voló hacia el gato y le picaba las orejitas para reanimarlo pero este ya no reaccionaba.
El duende cómo pudo jaló al gato hasta el jardín, lleno de maleza y muy descuidado. Enterró al gato y enjugo sus lágrimas pensando que después de todo no era malo y que en realidad sólo cuidaba a la anciana qué falleció aquél día que atropellaron al gato.
Entonces el mirlo se fue sin decir adiós y el duende quedó triste pues llevo gran parte de su tiempo cuidándolo y este sin despedirse se fue.
Si la casa ya estaba lóbrega y decaída se volvió aún más, un bosque de helechos y espinas Y el duende aventaba piedras a los mirones que se atrevieran a husmear. Y este daba posada a los gatos callejeros y veía que estos no se iban y llegaban más y estaba seguro que ellos no lo iban a abandonar, así cómo lo hizo su amigo el Mirlo que se fue sin despedirse, se fue sin decirle adiós.
Triste historia la del duende pero bonita por los gatos de encontrar un lugar donde vivir para estar con los demás.
Y este duende aprendió que uno ya en nada puede confiar, que la amistad suele ser ingrata y que en cualquier instante se alejan de uno sin despedida.
Aún recuerda al Mirlo que le abandonó y por ello construyó una casita de madera para las aves de paso, los gatos no molestan a las aves que toman un descanso y beben, pues el duende les indico que no deben hacerlo si es que quieren seguir quedándose en casa y debe haber armonía entre todos.
Y así, la armonía entre ambas partes reinaba en la casona de los gatos. Llamada así por los vecinos de la Colonia y lo cuál se hizo leyenda y la casa sigue estando ahí y tras generación en generación, los gatos siguen viviendo ahí con el duende.
Y colorín colorado, este cuento se acabo.
En esa casa se desprendía un aire de dolor pues la dueña de esa casona estaba muy enferma y el pájaro sensible sabía lo que sucedía y por ello trataba de alegrar el día a la viejecilla con su canto un poco precoz y trémulo, el pobrecito pero con pulmones a buque de vapor como decía y alzaba su canto y creía que era hermoso y el gato lo miraba silencioso muy atento sin perder el menor movimiento del pájaro. El duendecillo temiendo lo peor pero no por la anciana le aventaba bolas de estambre para distraerlo y lo deje de molestar.
La misma escena sin ningún cambio seguía día a día pero más tarde que temprano el gato sintió sueño y se durmió cerca de la reja. El pájaro tuvo la oportunidad de volar y entrar a la casa entró al cuarto de la señora quién se mecía lentamente en su mecedora con sus manos delgadas sosteniéndose.
El gato furioso entro colérico a la casa buscando el pájaro y lo encontró posando en el techito del reloj que nunca suena la hora y nuevamente, sobre la alfombra desgarrada por la antigüedad, el gato se echo y con sus ojos enormes y fijos observaban al pájaro.
El duende movía el péndulo del reloj, que hacia que la puertecita donde sale un pájaro de plástico cantando la hora hacia que la puertecita se abriera y cerrara por lo tanto el pajarito se guardaba cada que el gato se paraba de patitas para hachezar al gato.
Y así paso una temporada pero lastimosamente al gato lo atropellaron por seguir un ratón, dolorosamente sin saber que había recibido un golpe fatal entró a la casona y se echo a su cojín muriendo lentamente. El pájaro compadecido voló hacia el gato y le picaba las orejitas para reanimarlo pero este ya no reaccionaba.
El duende cómo pudo jaló al gato hasta el jardín, lleno de maleza y muy descuidado. Enterró al gato y enjugo sus lágrimas pensando que después de todo no era malo y que en realidad sólo cuidaba a la anciana qué falleció aquél día que atropellaron al gato.
Entonces el mirlo se fue sin decir adiós y el duende quedó triste pues llevo gran parte de su tiempo cuidándolo y este sin despedirse se fue.
Si la casa ya estaba lóbrega y decaída se volvió aún más, un bosque de helechos y espinas Y el duende aventaba piedras a los mirones que se atrevieran a husmear. Y este daba posada a los gatos callejeros y veía que estos no se iban y llegaban más y estaba seguro que ellos no lo iban a abandonar, así cómo lo hizo su amigo el Mirlo que se fue sin despedirse, se fue sin decirle adiós.
Triste historia la del duende pero bonita por los gatos de encontrar un lugar donde vivir para estar con los demás.
Y este duende aprendió que uno ya en nada puede confiar, que la amistad suele ser ingrata y que en cualquier instante se alejan de uno sin despedida.
Aún recuerda al Mirlo que le abandonó y por ello construyó una casita de madera para las aves de paso, los gatos no molestan a las aves que toman un descanso y beben, pues el duende les indico que no deben hacerlo si es que quieren seguir quedándose en casa y debe haber armonía entre todos.
Y así, la armonía entre ambas partes reinaba en la casona de los gatos. Llamada así por los vecinos de la Colonia y lo cuál se hizo leyenda y la casa sigue estando ahí y tras generación en generación, los gatos siguen viviendo ahí con el duende.
Y colorín colorado, este cuento se acabo.
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