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EL CUENTO DE LA BRUJA Y EL GATO NEGRO


Érase una vez, hace mucho pero mucho tiempo, existía un gato negro qué deambulaba en todo los alrededores de un pueblo. Considerado mágico por la presencia de seres extraordinarios que corrían por la noche. El gato le pertenecía a una señora llamada Doña Carmita era una tejedora y por las tardes le encantaba viajar al centro para alimentar a las paloma. Era una viejecilla gentil enseñaba a las niñas a tejer chambritas para sus muñecas. El gato siempre a un lado de Doña Carmita; las palomas le picoteaban al gato sus orejitas y este sólo sacudía su cabeza sin hacerles daño. Perezoso bostezaba y se extendía para sentir el sol. Era un domingo por la mañana. Doña Carmita tenía la imagen de la mestiza yucateca típica que vestía su hipil con rebozo. Vendía sus artesanías y los supervisores del mercado la dejaban vender, sin meterle problemas por no tener el permiso del suelo pues la mayoría sabía que Carmita era una bruja muy buena persona sin embargo le temían, que por quitarle su mercancía ella le fuera a echar una maldición. A los extranjeros les gustaba ver esa imagen de mestizita clásica yucateca, se fotografiaban con ella y causaba emoción, su foto apareció una vez en un libro de cívica y ética de la secundaria. Generosamente le daban propina después de platicar con ella. Pero sin que ellos lo supieran, ella bajo su agradecimiento, lanchaba hechizos para mejorar la vida de aquellas personas sin saber que exactamente necesitaban pero qué, sin duda algo bueno les pasaría que eso ya era un hecho. Una señora recibió noticias de su hija desaparecida de hace año después que retorno a su país. Un muchacho recibió honores por un descubrimiento que le cambiaría su vida. A un señor logro ganar un juicio laboral, una niña encontró a un gatito para compañía. Y así se ha posesionado la fama de Doña Carmita; haciendo siempre el bien, pero también haciendo el mal a quienes hacen maldades y llevan mala vida. A un borracho que la molestó quedó muerto y tieso a una esquina donde ella se sentaba, encontraron el gato negro cerca del cadáver cómo si cuidará de su presa recién cazada. Levantaron al gato y lo enjaularon, llamaron a la mestiza para que recogiera a su gato, pero cuando llegó, este había huido aún con la jaula cerrada. Carmita sorprendida, sólo declaró el susto que se llevó y lo que decía aquél borracho que echaba quejas hacia la vida y se alejó tambaleándose hasta caer en la esquina. Tuvo que irse la dejaron irse sin poner objeción ya sea por respeto a la viejecita o por temor, pero daba un aire misterioso por su lóbrega espalda encorvada y su fustán muy decolorado y viejo. Transcurrido un tiempo, el gato paseaba por casas donde necesitaban ayuda donde la bruja pudiera acudir para ayudar a la gente con sus prodigios y remedios. Una muchacha sufría mucho, notaba que el gato descansaba mucho en una casa de un señor muy enfermo. Ella comprendía la empatía del gato para ayudar a las personas por medio de la bruja. Lo que no comprendía era por qué el gato la miraba a los ojos, la estudiaba y seguía su paso. Sí sufría, pero no por enfermedad; sufría por un mal… sí! Un amor mal correspondido; pero el gato sabía que él mal de amores no podía curar y qué la joven tenía que aprender eso por sí misma. Un día de estos la joven decidió ir a saludar al señor y darle sus oraciones, sintió pena pues era un señor muy amable y fino cómo para ser de pueblo. El gato repetía la misma escena cuando se encontraba con la muchacha se estudiaban al uno y al otro hasta escapar rumbo a casa de la anciana. Ella hacia sus rabietas como niña chiquita hasta que repentinamente noto a Doña Carmita a su lado qué hacía muecas de descontento por su conducta mal alineada, le trenzó su cola de caballo, le puso un prendedor tejido y le hizo señas para que la siguiera, ella le entendió y la siguió. Entraron a su casa, ahí estaba el gato y para su sorpresa, este se le acercó a sus pies y ronroneaba calmadamente con maullidos leves cómo si le diera la bienvenida, Carmia sólo le echaba miradas al gato para vigilar su actitud. Doña Carmita le dio un brebaje y en la nota del frasco donde sacó el té tenía la leyenda: -“para hacer valiente a una mujer tímida”-, sonrió y con confianza suspirosa tomó sorbos pequeños por qué él te estaba muy caliente. Sorbo por sorbo, despacio y despacio cómo para permitir al brebaje que reconociera su cuerpo para que el efecto surgiera bien en ella. Al terminarlo, efectivamente se sintió fuerte, y llena de confianza en sí misma, con ánimo de comeré al mundo. Era rara esa sensación, sentía vibraciones bonitas que recorrían por todos sus huesos y se dejaba guiar por ese fluido energético de confianza, transcurrió un tiempo y de la joven no se supo nada en el pueblo. Se fue a Mérida a buscar trabajo y lo consiguió. No supo luchar por su amor, pero apenas llegó a la ciudad conoció a un buen muchacho que la supo enamorar y se casó con él. No conoció a sus suegros, ya habían muerto desde hace tiempo, pero su esposo le anunció que irían al pueblo de su difunto padre a dejarle flores al panteón en el tradicional festival de los muertos del pueblo, ya que era aniversario luctuoso de su padre fallecido hace catorce años. Descubrió, qué él muchacho del quién estaba enamorada había sido hijo de la tejedora “Doña Carmita”, la hechicera del pueblo, quién en su vida trajo al mundo a muchos bebés por ser buena partera pero eso culminó con su vida. Tristemente vio también un moño de luto en la casa de la anciana bruja qué adornaba la entrada de la casona, quién le ayudó a encontrarle un buen marido. Y del viejo que ella curaba con tantas atenciones era su suegro. Recordó su herida de desamor qué no importó para aquél joven y su tormenta dolorosa, nunca se casó pero se hizo director de la escuelita. Comprendió que con el verdadero amor no se juega y qué lo que no fue en tu época no será en otros tiempos. Se ilusionó en el momento, hubo huracán y el tiempo se concentró en aligerar emociones falsas. El gato parecía triste, caminaba lentamente y se acercó a la joven, ella lo acarició y lo puso en sus piernas hasta que murió de vejez dormido entre las piernas de la joven. Su esposo se consternó, e incineró al gato y sus restos los colocó junto a los de su dueña. A la joven le dieron el collar del gato  qué tenía un dije, en el dije se concentraba gran poder qué encapsuló y acumuló la bruja durante su vida que se lo heredaría a la valiente y decidida para ser la elegida de poder hacer uso de esa fuerza qué sólo una mujer valiente sea capaz de obtener y colorín colorado, este cuento se acabó, FIN!

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